¡Estás vieja!, ¡Eres gorda!, ¡¿Quién te aguanta sino yo?!,
¡Tu vida es conmigo!, ¿Quién te aceptará con dos hijos?, Yo he cambiado tu
vida, mi amor.
Y sí. Nadie podría
quererte fea, tonta, sumisa, mojigata, puta, fría, seca; nadie podría quererte
agredida, nadie podría quererte condenada. Este amor es tuyo porque crees
merecerlo pero, ¿En serio es amor?
¿Qué esperas, mujer? ¿Que esa persona que años atrás ha
tratado incansablemente matarte a ti y a tus hijos vuelva al otro día con
flores y palabras dulces?, ¿Que esa persona con quien te casaste te ame más que
a la otra sólo porque le regalaste otro hijo? ¿Que quien reniega de tu pasado
y te lo echa en cara te dispare con amor al pecho? ¿Que si de jóvenes te pidió
perdón por tantas humillaciones y besos ajenos hoy lo recompense con amor
eterno?
Si bien hay algo que
he aprendido de esta experiencia es que no hay peor ayuda que la que se brinda a quien no quiere ser salvado, que hay respuestas que acaban con toda
expectativa al decir que este martirio es vivido como “consecuencia de tus
actos”, pensando que tu condena valdrá cien años de perdón divino y que si eres
humillada una y mil veces es porque mereces serlo mil veces más.
Entiende una
cosa, mujer, cuando un pasado es perdonado no necesita condena y si alguien te
hace cumplir una es mejor dejarlo atrás.
Hemos vivido atadas al sufrimiento femenino, donde nadie habla más de violencia en tu infancia que
el tema de Ética y Valores en quinto grado de Primaria. Entiendo, no es tu culpa mujer, que tú has sido educada
para obedecer y callar, para cargar cruces ajenas y condenarte a vidas
sobajadas, entiendo que no es tu culpa cuando no se hace más que educarte para
alabar a tu pareja y olvidarte del amor propio, cuando en casa tus padres dicen
“Lo que se vive en familia se queda en familia” y tú estúpidamente crees ese precepto
como lema hogareño y te inventas nuevos pecados como el rezar tres padres
nuestros por andar de contestona y de la penitencia física ni hablamos.
¿Acaso no ha sido así
tu vida? ¿Cuántas veces te viste en un espejo después de ser golpeada? Si
después de hacerlo permitiste otro golpe tu espejo también llora.
¿Cuántas veces pediste a Dios parar con esta condena? Si han
sido menos que las veces que te has creído merecerla, llamaste al cielo
equivocado.
¿Cuántas veces cerraste los ojos después de saberle con
otra? Si al abrir los ojos no hiciste nada, prepárate para otra bofetada.
¿Cuántas veces has elogiado sus virtudes pretendiendo ser
inmensamente feliz para evitar los enjuiciamientos sociales? Si lo haces
frecuentemente lamento decirte que la sociedad ya sabe lo infeliz que eres a su
lado.
¿Cuántas veces has culpado a alguien más de las agresiones
que sufres? Si vives pensando que todos merecemos pagar de la misma forma que
tú por nuestros errores, no cabe duda que el único que ha sido mutilado es tu cuerpo.
Si vives día a día colgándole más penas al alma no dudes que
en una herida se haya escapado también tu dignidad.
Si excusas tus pesares diciendo que ésta es la vida que tú
escogiste sabiendo sus consecuencias puedes regresar a la mierda que la
felicidad no será para ti ni puesta en tus manos.
Si alguien ofreció abrir la jaula y tú preferiste ponerle
otro candado no cabe duda que eres ave en cautiverio.
Si después que tu agresor te pide perdón le contestas con
una sonrisa, ¡Felicidades! Te tiene bien educada. Educada para ser humillada,
para jugar con tu autoestima, para burlarse en tu cara, para sufrir torturas,
humillaciones, golpes, gritos, para ser merecedora de un amor como el que te
ofrecen.
¿Qué te falta, mujer, para dejar esta vida? No puedo dejar
de pensar en las cosas tan maravillosas que pasarían al verte sonreír y no
mojando una servilleta con el sudor de tus nervios. No puedo dejar de pensar en
cuántos abrazos de alegría recibirías de tus hijos en lugar de verlos
escondidos tras la puerta. No puedo imaginar cuánto amor podría suplir la
soledad que sientes al estar sin tu condena, cuánta felicidad podrías enseñarle
al mundo en lugar de esa cara de temor y rabia, cuántos bienes podrías remediar
contando la manera en que superaste tus males. ¿Qué esperas mujer, qué esperas
para encontrar la felicidad antes que acabe con tu vida?
Este es un llamado para María, Rosy, Laura, Aurora, Lidia,
Carmen, Lupita, Mariana, Claudia, Milagros, Violeta, Ana, Silvia, Brenda,
Casandra, Olivia… Para todas las agregadas a la lista que, siendo anónimas, han
llorado con cada golpe y cada palabra; también para sus hijos y familiares que
han sufrido con el cambio en la vida de cada mujer maltratada; para aquellos pequeños que, sin tener culpa
han sido parte de la violencia y para los que aun siendo adolescentes buscan la
manera de salir de este círculo.
Este texto es para ti, mujer, que aún no te
descubres los golpes en un espejo, que aún piensas que serás fuerte a sus
palabras y que sus humillaciones no pueden matarte.
Este texto es para ti, que me lees y sabes mi historia, que
te condenas a repetirla y que te condenas a vivirla como para enmendar tus
errores. ¡Estas palabras son para exigirte a ti, que me estás leyendo, que te
armes de valor y salgas adelante! Es para decirte que las batallas pueden ser
ganadas y que allá afuera hay realmente muchas maneras de rehacer una vida
quebrantada.
No me basta más experiencia que mi historia de lucha y vida ante
una agresión severa para decirte que yo fui presa como tú de ese miedo, que al igual que muchas fui golpeada, humillada y pisoteada, que no hubo
más remedio para estos males que el amor que me tengo y las ganas de querer y merecer vivir algo mejor. Que soy fiel sobreviviente de esta guerra ya ganada.
Si después de saberte infeliz prefieres seguir a su lado
repite estas palabras: Las batallas siempre estarán perdidas para quien
prefiere vivir en infiernos voluntarios.
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