jueves, 22 de noviembre de 2012

De cuando ella creyó que en cualquier jaula cabía el pájaro


Con el mismo amor con que le hablas a ella, te suplico, ódiame. No puedo concebir tu voz en otros labios mientras en los míos haces un eco de silencios y un grito afónico cuando me ves.

Con la misma fragilidad con que tocas sus manos, te suplico, rómpeme. No puedo imaginar la soltura de tus dedos entre los suyos mientras en los míos recorres jadeante con la pasión que ya no te cabe y necesitas depositar en otros cuerpos.

Con la misma tibieza con que calientas su piel, te suplico, incéndiame. No creo que sea posible que puedas arder en su cuerpo con la misma hoguera en la que sueltas tus demonios para retar a los míos.

Con el mismo fervor con que dibujas en su espalda, te suplico, bórrame. No me parece justo que te tomes el derecho de plasmar la vainilla clara de tus pechos grandes para combinarlos en otro lugar ajeno a mi piel y crear nuevos matices.

Con la misma soltura con que te mueves en sus caderas, te suplico, estáncame. No quiero pensar que ella con su ritmo puede ser capaz de superar la majestuosidad y cadencia en que se vuelve ese baile con que hacemos amor.

Con la misma seguridad con que guías sus pies, te suplico, abandóname. No soy ese sendero que construiste hace meses con mi cuerpo y que ahora no te atreves a caminar al verlo lleno de bifurcaciones.

Con la misma firmeza con que te construyes en sus ojos, te suplico, destrúyeme. No me quedé en ti para volverme casa abandonada sin ventanas al sol, ni escondite en las esquinas, ni refugio a medio cocinar.

Con la misma soledad con que buscas su abrazo, te suplico, acompáñame. Me resulta deplorable darme cuenta que tu estadía no es más que un cuerpo vacío jugando a ser la montaña a la que Mahoma tanto suplica cercanía.

Con la misma dulzura con que vistes su cuerpo, te suplico, desnúdame. Se torna inconcebible pensar que mientras me mantengo libre de prendas y cualquier recuerdo que estorbe a la hora de juntar mi piel a tus manos, mi cerebro se vuelve el abrigo ideal para tu hipotermia.

Con el mismo ingenio en que la llenas de promesas, te suplico, vacíame. No hay espacio en mi mente para perder el juicio con proposiciones mal diseñadas y vidas dibujadas al aire intentando volver víctima al atacante.

Con la misma ligereza en que sujetas sus heridas, te suplico, desátame. No existe peor títere que aquel que se conforma con estar atado a alguien creyendo que cuidará su vida por ser quien lleva peso sobre ella, y a mí no me gusta el color de mis hilos.

Con la misma ternura con que la ves dormir, te suplico, despiértame. No existe vida más triste que la del sonámbulo que lleva la venda en los ojos aún estando despierto, y yo no estoy preparada para morir en espacio abierto.

Con la misma elegancia con que envuelves tus palabras, te suplico, libérate. Tu máscara es mar oscuro y desafiante invitando a creer al ignorante y llenando de argumentos al sabio que conoce tu vaivén.

Con la misma compasión con que le fabricas una historia que rompe paradigmas, te suplico, corta mis alas. No hay cosa peor que construir una jaula donde no existe el pájaro, hacer con cielo y tierra un encierro de cuatro paredes y querer inventar horas cuando el tiempo está marcado y desafiarlo es imprudente.

Con la misma cautela con que la coleccionas como uno más de tus secretos, te suplico, libérame, desátame, piérdeme, abandóname, olvídame, bórrame, rómpeme, incéndiame, déjame libre, vuelve de mí una súplica constante de ausencia, ignórame, suéltame, déjame volar, hazme entender que vivimos a destiempo y no te hace falta más que un cuerpo que desborde el vacío y las ganas. Quítame, agrégame, léeme y escríbeme, inventa de mí otra piel, otro aroma, otros pechos, cógeme en un cuerpo ajeno al mío y recuerda que no somos eternos, piénsame, maldíceme, ámame y llena de reproche tu ausencia en mi cuerpo y tu presencia en mi casa. Olvida que estuviste con ella antes que conmigo y hazme sentir un tiempo que camina al compás de la física y las leyes de tu dios.

Con la misma impaciencia con que te vuelves grito en este texto, te suplico, silénciame. No existe más represión que el silencio para el que necesita hablar y no hay mejor motivo que la vida para hacer sonido con las letras.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

¿Besos o raíces?


Naciste hace treinta soles a mitad de media noche, con nombre de ciudad en guerra y sueño de un magno rey,  perfilando protección.

Fuiste todo lo inesperado, todo lo inevitable y todo lo contrario a lo que pensaba para mí. No sé cómo apareciste pero, al voltear a la puerta, estabas tú esperando; tal parece que entrar a mi vida era propósito inmediato.

Quise entonces imaginar mil historias contigo: historias de princesas que salvan a otras princesas, de pastores que lanzan sus redes a un río para pescar sueños y no tener ovejas que contar, de piratas que buscan tesoros bajo un arco-íris, de dulceros que fabrican besos y caramelos para describirte a ti…

Quise entonces escribir más canciones que comenzaran contigo, dibujar más vidas que terminaran en ti, recortar mis pasos para pegarlos a los tuyos, y leer a los árboles ese libro que guardaste para mí.

Quise entonces preguntarle a Dios de qué color eran tus besos, si tu espalda seguiría dibujada sobre mis tardes de Abril, quise contarle que en mi historia estaban tus pasos y que todas mis tardes sabrían exactito a ti.

Quise recorrer todas las calles de Roma preguntando por ti. Quise aprender más cosas, como caminar en cuerdas flojas para sentir si el vértigo era como el enamoramiento, andar entre ríos para descubrir si en el agua mi reflejo se aparecía en el tuyo, jugar como niños para descubrir si también eras mi infancia, o cumplir tus caprichos y jugar ajedrez solo para moldearte una reina.

Quise apostar a un amor con futuro y reírnos de aquellos que nos miran sin entender. ¿Qué deberían entender si no conocen el amor?, ¿Qué deberían de mirar si no es nuestra sonrisa?, ¿Qué deberían de aprender si no es a respetarse?

Entonces me surgieron muchas dudas.

¿De qué color es tu cabello bajo los árboles de otoño? , ¿Qué canciones cantas cuando estás triste?, ¿A qué huelen tus sueños?, ¿De quién hablas cuando no estás?, ¿Cuál es la tonalidad de tu café por las mañanas?, ¿Cuántos pájaros han rondado tu cintura?, ¿Qué hacen tantos cuadros sobre tus paredes desalineadas?, ¿Por qué si amar es simple, eres tan complicada?, ¿Cuántos libros viejos cargas cuando necesitas viajar?, ¿Por qué en unos años ya no estás aquí?, ¿Cuánto tiempo vas a regresar?, ¿Quieres quedarte?, ¿Qué necesito para ser valiente?, ¿A dónde caminan tus pies cuando las huellas los dejan descalzos?, ¿A quién pertenecen todas tus grietas?, ¿Cuántas ciudades te han pisado?, ¿En qué plaza me besaste a los cincuenta y tres?, ¿En otros mundos también eres mi mujer?, ¿Tus besos dejan raíces al despedirte?, ¿A qué sabe la ausencia cuando desapareces?, ¿Por qué llora Dios cuando habla de ti?

Quise entonces resolver todas mis dudas. Luego, decidí amar contigo. 

miércoles, 1 de agosto de 2012

Deseos de Agosto. (Adiós: 1er Intento)

Miércoles. Tú, mis letras y el reloj. 17:00 hrs

A veces escribo para pedirte que me dejes, para despedirme de ti, para suplicarte que rompas mi cabeza y abandones mi cuerpo. A veces escribo para recordar que, en el camino, aún no logro olvidarte.


Intento decir adiós mientras te veo aún entre mis manos. Es tanta la urgencia de no nombrarte, de que mi mente calle y tu voz se olvide que recuerdo, entre tantos deseos, la incoherencia que dejó inconclusa nuestra historia. 

Quisiera volverte misterio y dejar de hablar de ti.

Quisiera olvidarte.

Quisiera que tus letras envidiaran mis ojos y dejar de leerte en el café.

Quisiera convertir en agua tus manos para después provocar una sequía con mi cuerpo. 

Quisiera que me escucharas por las noches.

Quisiera dejarte volar y después romper mis alas.

Quisiera que mis intenciones fueran buenas.

Quisiera que llamaras al amor por mi nombre.

Quisiera otra cosa que no fueras tú.

Quisiera encontrar el color vainilla que con exactitud viste tus huesos.

Quisiera que pensaras en mí. 

Quisiera no recordarte.

Quisiera sentirte tan ajena para no querer marcarme en tu cuerpo.

Quisiera decirte que ya no me importas. Quisiera atreverme a mentir.

Quisiera romper el tiempo y regar la arena entre el mar y el viento.

Quisiera fueras tan ligera para dejarte pasar. Y es que me pesas más a distancia, es que tu ausencia me arde, tu voz quema y me lastima la piel.

Quisiera reinventar tu historia con los pedazos que me sobran, que las heridas no se noten en cada tropiezo que das, que nadie pueda lastimarte y tu recuerdo sea impermeable. 

Quisiera que tu despedida fuera eso, y no la huida que emprendes mes con mes, que te mudaras de mi memoria y en mi corazón no cupieras más.

Quisiera que tus oídos recibieran el eco de tu nombre y la distancia fuera más débil que mi voz.

Quisiera volverme pequeñita y abandonar todos tus espacios. 

Quisiera que todo fuera deseo y promesa cumplida. 

Quisiera que nuestra historia fuera aquella de antes, que las palabras fueran adecuadas contigo. Siempre las adecuadas. 

Quisiera romperte toda y descubrir qué parte de ti fue la que me hizo enamorarme.

Quisiera hacer combustión con otro cuerpo, con otro recuerdo, con otro nombre ajeno al tuyo.

Quisiera dejar de verte en el espejo.

Quisiera dejar de pensar en ti porque no existes.

Quisiera borrarte.

Quisiera borrarte.

Quisiera borrarte.

lunes, 23 de julio de 2012

Ana Quiere una Familia

La exclusividad del amor se extiende en el corazón de cada historia, 
la preferencia sexual es solo el disfraz.


Hola, mi nombre es Mariana y tengo nueve años. Sí, nueve como las velitas de mi pastel.  Los cumplí la semana pasada y mis papás, Valeria y Matías me hicieron una fiesta con muchos regalos, globos y dulces a la que asistieron mis amigos de la escuela, mis primos y abuelos, mi maestra Linda y sus dos hijos, Mi tío Ariel y Edgar, su novio, quien además me dio el mejor regalo de todos: una tortuguita a la que llamé Ana, que rima con Mariana.

Ana vive en una pecera grande y ovalada, con grava de colores y una palmerita de plástico, de esas pequeñitas que creo son  para recostarse a tomar el sol. Ana se recuesta en la superficie de vez en cuando, o se detiene a comer los camaroncitos que tanto le gustan.

Ana prefiere nadar por todos lados, nada de un lado a otro y se divierte mucho, tal parece que nunca se cansa. Un día, mientras veía a Ana descansar bajo su palmera, pensé que necesitaba un compañero para jugar y formar una familia; entonces, se me ocurrió una idea.

Comencé a ahorrar la mesada que me daba mi papá cada domingo y el dinero que mi tío Ariel me obsequiaba cuando iba de visita a casa, hasta que un día, después de la visita al parque con mis padres, les pedí pasar a una tienda de mascotas. Compramos una linda tortuga de cola puntiaguda y caparazón grande a la que llamamos “Mario”, porque con su nombre podía formar las primeras letras del mío.

Al llegar a casa, coloqué a Mario en la pecera y, de inmediato, las dos tortugas se llevaron muy bien. A Mario le gusta nadar tanto como a Ana y estira su cuello de manera muy chistosa cada que sale a tomar aire a la superficie, pero hay un problema, a pesar de que Ana y Mario se llevan muy bien no han logrado tener tortuguitas.

Mi mamá pensó que Mario estaba enfermito, así que llevamos a mis dos mascotas a revisión. El doctor nos ha dado una sorpresa: Mi tortuga no es Mario, sino María.

Mi mamá dijo que sería conveniente comprar una tortuga macho para María y Ana, que ahora forman el nombre de “Mariana”, y que así podrían formar una familia; pero María y Ana se quieren mucho, así que le propuse a mamá que María-Ana adoptaran una tortuga, como Tío Ariel y Edgar adoptaron a mi primo Charly, y así podrían formar una gran familia.

Ana está encantada con su nueva pecera y, aunque a Ana le gustan muchas cosas, nada le hace más feliz que su novia María y su hijito  llamado “Gariel”, porque así combiné los nombres de mis dos tíos favoritos. 


Ana es mi mascota y yo amo a su familia. 


El amor es tan puro y diverso que se vive en muchos colores.

lunes, 9 de abril de 2012

Regresiones

Siéntate. Aún tenemos que hablar. – Dijo ella mientras sus pies dejaban por fin esos zapatos rojos que tanto le cansaban y yo detestaba a sobremanera.


Todo lo que preparé, ahora enfriaba en la cocina: la cena de esa noche, el café que no tomó en la mañana, la comida del gato, el recuerdo de sus pasos muertos que resonaban el andar de los tacones y la pintura con que mancharon el suelo los tenis rotos de Alicia, mi pareja anterior. Quise dejar también lo que sentía por ella pero, si en el congelador estaban los recuerdos pasados, para el presente aún no encontraba lugar.


Caminé despacio hacia ella mientras detestaba ese tonito de arrogancia con que me hablaba cuando quería discutir lo indiscutible. ¿Qué será ahora? – pensé – Debe ser que olvidé las llaves por la mañana o porque me ausenté en la fiesta de su madre, quizás porque regalé sus besos a la mujer del sábado  y se me olvidó confirmar su cita del miércoles con el doctor. 


No me importaba protagonizar otra pelea; total, sabía que después de gritos, su voz cansada me pediría desabrochar todo ese atuendo que cargaba como requisito de la oficina, que al hacerlo besaría su espalda y, mi parte favorita, ella habría olvidado todo para gritar ahora con más ganas y otro sentido.


Mónica me miró diferente esa noche. Su gesto de nostalgia ante los años que nos vivimos y la muerte de historias pasadas y olvidadas en la cocina me recordaron las mañanas que preferí hacer invisibles para no sufrirlas. Sin embargo, ella parecía tan lúcida, frotaba sus pies con delicadeza y me dejaba ver esa cicatriz que se dibujó cuando niña; parecía tan frágil como la vez que se accidentó en el parque con la bicicleta que aún conservaba en el jardín, mojaba sus labios invitándome a vivirla como si la sed de su cuerpo me fuera ya inmensurable y luego, dejaba caer algunas canas sobre su rostro para recordarme que, todo lo que me perdí de ella, había gastado indudablemente hasta el color de su cabello.


Regresé a la cocina. Miré de nuevo la mancha que Alicia había dejado y me culpé tanto de adorarla mientras Mónica luchaba sola contra la batalla que la estaba matando, olvidé el sonido de los tacones y pasé cinco veces frente al refrigerador antes de decidirme a sacar todos los recuerdos. Preparé otra taza de café y una de té para Mónica; ella detestaba el café y yo siempre le preparaba uno esperando que se decidiera a tomarlo. Esa noche no. 


Caminé con parsimonia hacia el sillón donde Mónica esperaba y, mientras ella probaba su té, yo sumergía sus cabellos blancos en mi taza de café. Cuando me di cuenta, la discusión había terminado, el gato estaba muerto, Alicia y mis recuerdos se descomponían en el cesto de basura, y yo, yo no hacía más que devolver el color que no pude darle a su vida y su cabello.

El amor como mi gato: está viviendo su tercera vida.

lunes, 5 de marzo de 2012

Concierto de Desconciertos.

Se apagan las luces. Comienza la duda.

Comienzo rompiendo un espacio que no me corresponde; busco entre tantas cosas tus manos y, con las mías, formo un concierto de desconciertos cuya orquesta de realidades, miedos y dudas no la dirige él. Luego, me encuentro contigo y construyo tu nombre, y lo repito, lo canto, lo susurro, lo grito.

Viviana. Vi-via-na. Viviana… ¡VIVIANA!

Viviana,  la que cuando vive trama.

Viviana, la que cuando ríe ama.

Viviana, la que con sus viajes daña.

Viviana, la que con sus ojos dice lo que su mente grita, lo que su cuerpo calla.

Viviana, la que prefiere el amor a una guitarra.

Viviana, la que canta y llora como si no sucediera nada más.

Viviana, la que es clave de sol herida.

Viviana, la que a Dios susurra contando un secreto.

Viviana, la que se vuelve misterio.

Viviana, la que entierra promesas.

Viviana, la que prepara embestidas antes de comenzar la batalla.

Viviana, la que hace combustión y se engrandece.

Viviana, la que un día quiso ser escapista y huyó.

Viviana, la que siendo nómada se queda un poco en cada parte.

Viviana, la que prefiere vivir en ningún lugar.

Viviana, la que te viste toda de miradas pero dispararle una mirada en multitud la hace sentirse en soledad.

Viviana, la que acaricia tus manos tratando de memorizarlas. 

Viviana, la que dejó de vivir en un solo cuerpo.

Viviana, la que se volvió reflejo en cada cristal.

Viviana, la que te arma un espejo sin antes romperte toda con los pedazos.

Viviana, la que no es nube pero te llena de tormentas.

Viviana, la que es mar áspero y caliente, la que es naufragio y sosiego, la que hace bailar entre su voz y tus letras, la que quema en la mente y desespera, la que baila en mi vientre como si no tuviera un espacio justo y no le fuera suficiente mi cabeza, la que en quietud lee tranquila y ama la soledad, la que en silencios ríe y en sonrisas grita, la que con sus ojos mata, la que amanece entera sin necesidad de café, la que camina sola, la que recorre puertos y montañas, la que viaja en medios inusuales, la que sabe volar.

Viviana, la que siempre saluda con un abrazo.

Viviana, la que a veces es María y siempre se llama Ana, la que viste con raíces puras, la que sufre y goza por asuntos nacionales, la que ama a la gente, la que vive de sueños y sueña en vida, la que de edades presume y se pinta en historias ancestrales, la que está aún tejiendo sus alas. La que nunca está presente pero siempre está.

Viviana la que ama constante y cada día, la mujer que no es siquiera de ella pero pertenece siempre a otra mujer. 

Viviana siempre viaja, siempre ríe y vive. Trama.