miércoles, 28 de septiembre de 2011

Sujeto sus heridas para no romperla.

Amarré su palabra a mis labios. Comencé a probarla.

Empieza de nuevo – Me dijo mientras me miraba con cierta distracción.
Con esa frase seca sus palabras comenzaron a ser amor entre mis labios. Lo que sentía no comenzaba, iba recorriendo mi sed en círculos, era ciclo abundante; ella jamás lo comprendió. En un segundo corté todo y lo guarde en mi maleta, tomé el libro que con tanta delicadeza le estaba leyendo y me fui. Volteé para cerciorarme de que no viniera tras de mí, no esta vez. Con las manos más temblorosas que la rabia por no poder gritarle todo aquello que sentía, alcancé a tomar la perilla de la puerta de entrada. Salí golpeando estrepitosamente todo lo que se encontrara a mi paso, era eso o volver a ella y llenarla de palabras que no me atrevía a pronunciar.

 Acabarás con todo, como de costumbre – Dijo ella desde la ventana. Y sí, se me estaba volviendo costumbre eso de arruinar amores que aún no habían comenzado. En realidad yo no quería irme; deseaba escucharla diciendo "Quédate. Lleva tus maletas a mi cuarto. Riega tu amor por toda la casa. Víveme".  Pude haberme quedado a marcar su espacio sin que ella me lo pidiera, pero esa no era mi intención.

Quise llenarme tanto de ella, que me dio miedo dejarla vacía. En su ausencia, buscaba el color de sus ojos entre mi café; el olor de sus mañanas ya lo tenía conmigo. Cuando la tenía cerca comenzaba a inundarme de dolores ajenos, sonrisas superfluas, miradas vacías. Me ahogaba entre tanto que ella permanecía seca. Tenía la urgencia de contarle sobre las heridas que aún no nos habíamos provocado, pero que ya me estaban dibujando cicatrices. Conversé tantas veces con la llamada que jamás realicé; le dije que mis miedos pesaban más, que no quería lastimarla, que me parecía tan frágil entre mis manos y que moría por probar su piel. Le dije tantas cosas justo antes de marcar.

No conocí su casa, nuestra historia no ha comenzado.

domingo, 11 de septiembre de 2011

El libre andar de la gitana.

Capitán, dígale al pueblo que ella no sobrevivió. Total, personas tan hermosas se pierden entre mis calles todos los días.

   Siendo hija de la brisa y del recuerdo más insensato, ella siempre buscaba mirar en los espacios vacíos, entre los lugares más inexistentes; solía hurgar en el alma de las personas, tratando de encontrar un poco de luz que le ayudara a caminar.

  Habitante de una pequeña ciudad de cielos grises y lluvias escasas, caminaba contra el tiempo, marcando con pasos diminutos y grandes esperanzas las calles de cualquier lugar; dejaba la vida pasar mientras la admiraba entre los ojos de aquellos hombres que visitaban sus labios, y más aún, de cada mujer que la amarraba entre sonrisas. 

  Un día de aquellos con el cielo tan oscuro como un pedazo de grafito, como el espacio entre una espera que está a punto de quebrantarse, la mujer se vio perdida en alguien que sobresalía entre la multitud. Se dibujaba entre el viento como una hermosa gitana de pasos largos y cabellos entrelazados, se presumía entre las calles como la mujer con la mente más grande que la misma belleza que nacía sobre su piel.

  La gitana, admiración de cuanta persona se convertía en presa de su deseo y sueño reprimido de algún amor enclaustrado, no era más que una persona que cargaba nubes llenas de llanto entre sus ojos, que había caminado con los pies descalzos por tantos suelos y tantas ciudades que le dejaban a su paso una grieta en el cuerpo y el vacío de una mujer en el alma.

  Se acercó con el ocaso arrastrando entre sus dedos largas cadenas hechas con notas musicales, presa del sol y virtuosa de tantos mares, la gitana alzó sus alas llenas de recuerdos y, caminando hacia la temerosa chica, la envolvió con sus ojos y sin desviar la mirada le revolcó el alma entera, para después dejarla pasar.


  No bastó la sonrisa de mil mujeres, ni la suma de tantas veces que algún hombre marcó su entrepierna para comparar la manera en que había marcado su historia aquella simple seducción. No le hicieron falta besos, no hicieron falta sus labios, no hizo falta nada más que la presencia de la gitana para dejarla encapsulada entre sus ojos.

  Nunca le había llovido tanto a la ciudad como con la aparición de la gitana, nunca le había confundido tanto la esperanza como con la espera de la mirada de aquella mujer que le había secuestrado el alma. 




Capitán, dígale al pueblo que siempre la recuerde como la mujer que encapsuló al amor entre los ojos de aquella gitana. Total, pueblerinas así, he enamorado muchas.