Amarré su palabra a mis labios. Comencé a probarla.
Empieza de nuevo – Me dijo mientras me miraba con cierta distracción.
Con esa frase seca sus palabras comenzaron a ser amor entre mis labios. Lo que sentía no comenzaba, iba recorriendo mi sed en círculos, era ciclo abundante; ella jamás lo comprendió. En un segundo corté todo y lo guarde en mi maleta, tomé el libro que con tanta delicadeza le estaba leyendo y me fui. Volteé para cerciorarme de que no viniera tras de mí, no esta vez. Con las manos más temblorosas que la rabia por no poder gritarle todo aquello que sentía, alcancé a tomar la perilla de la puerta de entrada. Salí golpeando estrepitosamente todo lo que se encontrara a mi paso, era eso o volver a ella y llenarla de palabras que no me atrevía a pronunciar.
Con esa frase seca sus palabras comenzaron a ser amor entre mis labios. Lo que sentía no comenzaba, iba recorriendo mi sed en círculos, era ciclo abundante; ella jamás lo comprendió. En un segundo corté todo y lo guarde en mi maleta, tomé el libro que con tanta delicadeza le estaba leyendo y me fui. Volteé para cerciorarme de que no viniera tras de mí, no esta vez. Con las manos más temblorosas que la rabia por no poder gritarle todo aquello que sentía, alcancé a tomar la perilla de la puerta de entrada. Salí golpeando estrepitosamente todo lo que se encontrara a mi paso, era eso o volver a ella y llenarla de palabras que no me atrevía a pronunciar.
Acabarás con todo, como de costumbre – Dijo ella desde la ventana. Y sí, se me estaba volviendo costumbre eso de arruinar amores que aún no habían comenzado. En realidad yo no quería irme; deseaba escucharla diciendo "Quédate. Lleva tus maletas a mi cuarto. Riega tu amor por toda la casa. Víveme". Pude haberme quedado a marcar su espacio sin que ella me lo pidiera, pero esa no era mi intención.
Quise llenarme tanto de ella, que me dio miedo dejarla vacía. En su ausencia, buscaba el color de sus ojos entre mi café; el olor de sus mañanas ya lo tenía conmigo. Cuando la tenía cerca comenzaba a inundarme de dolores ajenos, sonrisas superfluas, miradas vacías. Me ahogaba entre tanto que ella permanecía seca. Tenía la urgencia de contarle sobre las heridas que aún no nos habíamos provocado, pero que ya me estaban dibujando cicatrices. Conversé tantas veces con la llamada que jamás realicé; le dije que mis miedos pesaban más, que no quería lastimarla, que me parecía tan frágil entre mis manos y que moría por probar su piel. Le dije tantas cosas justo antes de marcar.
No conocí su casa, nuestra historia no ha comenzado.