La exclusividad del amor se extiende en el corazón de cada historia,
la preferencia sexual es solo el disfraz.
Hola, mi nombre es Mariana y tengo nueve años. Sí, nueve como las velitas de mi pastel. Los cumplí la semana pasada y mis papás, Valeria y Matías me hicieron una fiesta con muchos regalos, globos y dulces a la que asistieron mis amigos de la escuela, mis primos y abuelos, mi maestra Linda y sus dos hijos, Mi tío Ariel y Edgar, su novio, quien además me dio el mejor regalo de todos: una tortuguita a la que llamé Ana, que rima con Mariana.
Ana vive en una pecera grande y ovalada, con grava de
colores y una palmerita de plástico, de esas pequeñitas que creo son para recostarse a tomar el sol. Ana se
recuesta en la superficie de vez en cuando, o se detiene a comer los
camaroncitos que tanto le gustan.
Ana prefiere nadar por todos lados, nada de un lado a
otro y se divierte mucho, tal parece que nunca se cansa. Un día, mientras veía
a Ana descansar bajo su palmera, pensé que necesitaba un compañero para jugar y
formar una familia; entonces, se me ocurrió una idea.
Comencé a ahorrar la mesada que me daba mi papá cada
domingo y el dinero que mi tío Ariel me obsequiaba cuando iba de visita a casa,
hasta que un día, después de la visita al parque con mis padres, les pedí pasar
a una tienda de mascotas. Compramos una linda tortuga de cola puntiaguda y
caparazón grande a la que llamamos “Mario”, porque con su nombre podía formar
las primeras letras del mío.
Al llegar a casa, coloqué a Mario en la pecera y, de
inmediato, las dos tortugas se llevaron muy bien. A Mario le gusta nadar tanto
como a Ana y estira su cuello de manera muy chistosa cada que sale a tomar aire
a la superficie, pero hay un problema, a pesar de que Ana y Mario se llevan muy
bien no han logrado tener tortuguitas.
Mi mamá pensó que Mario estaba enfermito, así que
llevamos a mis dos mascotas a revisión. El doctor nos ha dado una sorpresa: Mi
tortuga no es Mario, sino María.
Mi mamá dijo que sería conveniente comprar una tortuga
macho para María y Ana, que ahora forman el nombre de “Mariana”, y que así
podrían formar una familia; pero María y Ana se quieren mucho, así que le
propuse a mamá que María-Ana adoptaran una tortuga, como Tío Ariel y Edgar
adoptaron a mi primo Charly, y así podrían formar una gran familia.
Ana es mi mascota y yo amo a su familia.
El amor es tan puro y diverso que se vive en muchos colores.